Para
el cura Anselmo la plaga de la primera mitad del siglo XXI, al igual que la del
siglo XX, fue inventada por Satanás para alejar a los hombres de Dios, por eso
no estuvo de acuerdo con bautizar a Covid David virtualmente y, en contravía de
todas las normas, hizo que lo llevaran hasta su iglesia por la puerta de la
sacristía y lo bautizó como Dios manda para alejar el mal de ese pequeño
demonio. Días después, como una premonición, el viejo murió en la mitad del pasillo
de un hospital, abrazado por la fiebre y los escalofríos producidos por una
neumonía atípica de la que se contagió y de la que no se pudo determinar si
estaba o no relacionada con la pandemia de moda; pero Covid David, como era de
esperarse, sí dio positivo para SARS-CoV-2 para consumar el sino que pusieron
sus padres sobre su yugo, al nombrarlo con ese nombre.
Así
que, Codid David, sin entender por qué, creció en un mundo donde la gente «tomó
distancia» entre ellos, pero, sobre todo, tomaron distancia de él condenándolo
al ostracismo, sólo porque durante su vida dio una y otra vez positivo para el
virus homónimo, sin que nadie entendiera el porqué no se curaba y seguía siendo
vector de contagio.
Su vida
transcurrió dentro de un cubo de vidrio de 2x2 que fue instalado en la mitad de
la sala de su casa para que pudiera estar «cerca» de su familia, pero lo
suficientemente lejos para no contagiar a nadie. Diecinueve años después, como si
fuera parte de un juego numérico macabro o un oxímoron: Covid David fue
declarado libre de COVID-19 y pudo salir por primera vez de su cubo de
confinamiento y de su casa. Ya por «protocolo», él era tratado por toda su
familia como una bacteria peligrosa: el lugar donde se sentaba o por donde
caminaba era desinfectado con suficiente religiosidad para «desintegrar» cualquier
rastro suyo y tratar de olvidar que él era el castigo que les había enviado el
cielo por los pecados cometidos.
Pasados
un par de meses entendieron que él no era ningún peligro y lo dejaron salir a
la calle, pero con el compromiso de no mantenerse suficientemente lejos de todo
el mundo y con sus elementos de bioseguridad en orden para no poner a nadie en
riesgo. Covid David aceptó, convencido de que no existía otra forma diferente
de interrelacionarse en la vida. Toda esa parafernalia para vivir era lo que le
habían enseñado desde siempre, para él así era el mundo. Lejos, solo en la
memoria de unos pocos y en la de Raimundo Ruiz, estaban los días de la pandemia
donde la gente le temía a compartir un café por el temor de terminar sus días dependiendo
de un ventilador mecánico.
Con
la llegada de Covid David, se pensó que el mundo cambiaría para siempre y que las
relaciones sociales dejarían de ser el motor de la vida para pasar a ser no más
que un vector de contagio; pero con el tiempo lo natural volvió a ser lo común
y la gente olvidó las tardes de cuarentena estricta y el miedo a morir por el
COVID-19: olvidó todo hasta el día en que Covid David volvió a salir a la
calle.
A
Covid la gente lo atraía de una manera desenfrenada que no sabía controlar; quería
acercarse, tocarlos, olerlos, mirarlos, abrazarlos, besarlos, soñarlos… en
definitiva: ¡quería amarlos y vivir dentro de ellos! Covid David trató de
mantenerse lejos como se lo pidió su familia, pero cuando se encontró con Daniela
Mejía y sus ojos negro azabache que lo miraron «sonriéndole», entendió que no
había forma de detener ese amor que carcomía su cuerpo y de apagar el fuego de la
sangre que ardía en sus venas tratando de salir. Daniela Mejía tenía que ser
suya. Sólo pensaba en amarla, recorrerla a besos, arrancarle la ropa y beber la
savia de sus genitales hasta el éxtasis.
Se decidió a seguirla más de cerca de lo que le era permitido, pero lo suficientemente lejos para no asustarla. Sin embargo, Daniela Mejía sabía que Covid la seguía y le gustaba. Deseaba que se acercara más, que le recordara el día en que su compañerito de geometría entró en su cuerpo como un virus y le hizo el amor con lascivia y desenfreno, deseaba sentir la piel de ese desconocido palpitando a su lado. Se adentró en un bosque cercano esperando que él entendiera el mensaje. Sólo se miraron y se dejaron llevar: se besaron hasta quedar hastiados; ella lo quería dentro de sí, pero Covid nunca había estado con una mujer y no sabía cómo amarla… No sabiendo qué hacer, la asió por cuello y la asfixió hasta la muerte. Covid David se sintió ufano y extasiado viendo a Daniela Mejía muerta a sus pies, estaba afuera y libre y… ¡esta vez: era para siempre!